miércoles, 29 de junio de 2011

Historia de la Carne Asada a la Tampiqueña

La historia de este delicioso platillo se remonta al 21 de enero de 1902 con el nacimiento de don José Inés Loredo en San Luis Potosí y que a los 13 años tuvo que emigrar al puerto de Tampico Tamaulipas; en donde empezó a trabajar como mesero en varios hoteles y restaurantes del lugar. José Inés aprendió muy bien el trabajo de la cocina y aparte de eso tenía un inigualable don de gentes; y fue por estas cualidades que era conocido en casi todo el pueblo. De hecho, fue nombrado presidente municipal de Tampico. En 1939, don José Inés Loredo decide viajar a la Ciudad de México junto con su hermano Fidel Loredo, y tres de sus compañeros de trabajo con la idea de fundar un restaurante  al cual pusieron por nombre “Tampico Club”. Tanta fue la aceptación que tuvo el Tampico Club, que permanecía abierto las 24 horas del día, y es en este momento de rotundo éxito para el restaurante que don José Inés diseña el platillo de Carne Asada a la Tampiqueña con un filete delgado y largo de carne asada dispuesto a lo largo de un plato oval, con una guarnición de rajas de chile poblano, enchiladas que de origen debieron ser verdes del tipo huasteco, frijoles negros refritos con totopos y queso. Más adelante, a este platillo se le daría un simbolismo: la carne asada al centro representaría al río Pánuco; el platón o plato oval, la zona Huasteca; las enchiladas verdes, los verdes campos de la región; los frijoles negros la tierra fértil y el queso blanco, la pureza de la gente del lugar. Don José Inés Loredo junto su hermano y compañeros, sigue abriendo restaurantes hasta formar el Grupo Loredo. Y es así, entre tantos éxitos, nombramientos y reconocimientos fue que nació la deliciosa Carne Asada a la Tampiqueña y que ahora la ponemos a disposición de tu paladar en Casa Carmela. 

miércoles, 22 de junio de 2011

La Quemada

Conocida hoy como 5ta calle de Jesús María, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, sucedió este hecho, según nos cuenta la leyenda. A mediados del siglo XVI siendo virrey de la Nueva España Don Luis de Velasco, llegó a México un caballero: Don Gonzalo Espinosa de Guevara, con su hija Beatriz, trayendo grandes fortunas. Se dice que si grande era la riqueza de don Gonzalo, mayor era la hermosura de su hija, que también era muy bondadosa. Lógico es pensar que no le faltaron galanes que comenzaron a requerirla en amores. Hombres iban y venían, por fin llegó el caballero a quien el destino le había deparado: Don Martín de Scopoli, marqués de Piamonte y Franteschelo, quien comenzó a amarla con abierta locura. Fue tal el enamoramiento, que plantado a mitad de la calleja en donde estaba la casa de doña Beatriz, se oponía al paso de cualquier caballero que tratara de transitarla.

Muchas veces bajo la luz de la luna y frente al balcón de doña Beatriz, se cruzaron los aceros del marqués y otros transeúntes. Por la mañana cuando pasaba la ronda por esa calle, siempre se hallaba a un caballero muerto o herido, a causa de las heridas que le produjeran la hoja toledana del marqués de Piamonte.
Doña Beatriz se enteró de todos estos acontecimientos, llenándose de pena y angustia. Una noche después de rezar ante la imagen de Santa Lucía, que se sacó los ojos, en vez de pecar, tomó una terrible decisión para lograr que don Martín dejara de amarla para siempre. Arregló todos sus pendientes, despidió a toda la servidumbre y después de ver que su padre salía rumbo la Casa del Factor, llevó hasta su alcoba un brasero, colocó carbón y le puso fuego; cuando el calor del anafre se hizo intenso, sin dejar de invocar a Santa lucía, se arrodilló y clavo con decisión, su hermoso rostro contra el brasero. Doña Beatriz pegó un rito espantoso y cayó desmayada.

Un fraile mercedario, Fray Marcos de Jesús y Gracia, quien pasaba por ahí, escuchó el grito y entró corriendo a la casona. Doña Beatriz, que no mentía, le contó al fraile la verdad. El religioso fue en busca de Don Martín y le explicó lo sucedido, éste llegó inmediatamente a ver a su amada, y al descubrir el velo que cubría la cara de doña Beatriz, se arrodilló ante ella y le dijo: "Ah, Doña Beatriz, yo os amo no por vuestra belleza física, sino por vuestras cualidades morales." El llanto cortó estas palabras y ambos derramaron lágrimas de amor y de ternura.

La boda de Doña Beatriz y el Marqués de Piamonte se celebró en el Templo de la Profesa y a partir de entonces la calle fue llamada Calle de la Quemada.

jueves, 16 de junio de 2011

La leyenda del Mole Poblano


Cuenta una leyenda, que en una ocasión el Virrey de la Nueva España y arzobispo de Puebla, Juan de Palafox, visitó su diócesis, un convento poblano le ofreció un banquete, en el cual los cocineros de toda la comunidad religiosa en ese tiempo se esmeraron especialmente.  

Fray Pascual, era el cocinero principal, que ese día corría por toda la cocina dando órdenes ante la importante visita de la inminencia. Se dice que fray Pascual estaba nervioso, y que comenzó a reprender a sus ayudantes, en vista del desorden que imperaba en la cocina, algo no muy normal de ver en el fray. 

El mismo fray Pascual comenzó a guardar en una despensa amontonados en una charola todos los ingredientes, y era tal su prisa, que fue a tropezar exactamente frente a la cazuela, donde unos suculentos guajolotes estaban ya casi terminados. 
 
En este mismo lugar fueron a parar los chiles, trozos de chocolate y las más variadas especias, echando a perder la comida que debía ofrecerse al Virrey. 
 
Fray Pascual estaba tan angustiado, que comenzó a orar con toda su fe, justamente cuando le avisaban que los comensales estaban listos y sentados a la mesa. 

 
 
Tiempo después, él mismo no pudo creer cuando todo el mundo elogió el accidentado platillo.
Incluso hoy, en los pequeños pueblos, las amas de casa apuradas invocan la ayuda del fraile recitando el siguiente verso: "San Pascual Bailón, atiza mi fogón".

jueves, 9 de junio de 2011

La leyenda de los Xocoyoles


Personas que vivieron hace mucho tiempo cuentan que había un hombre que no creía en la palabra de sus antepasados. Le contaban que cuando había una tormenta con truenos y relámpagos con ella aparecían unos niños llamados xocoyoles.
Los xocoyoles son aquellos niños que mueren al nacer o antes de ser bautizados. A estos niños les salen alas y aparecen sentados encima de algunos de los cerros y en algunos peñascos.
Hay quienes cuentan que esos pequeños niños hacían distintos trabajos: unos regaban agua con grandes cántaros para que lloviera sobre la tierra; otros hacían granizo y lo regaban como si fueran maicitos; otros hacían truenos y relámpagos con unos mecates. Por eso oímos esos ruidos tan fuertes y nos asustamos.
Pero el hombre no creía en esto. Un día, después de una gran tempestad, se fue, como acostumbraba hacerlo, a cortar leña a un cerro de ocotes. Y al llegar a este lugar, gran sorpresa se llevó al ver a un niño desnudo, que tenía dos alas, atorado en una rama de ocote.
El hombre se sorprendió, sobre todo cuando el niño le dijo lo siguiente:
- Si tú me das mi mecate que está tirado en el suelo, yo cortaré toda la leña que salga de este ocote por ti.
- ¿En verdad lo harás? - le preguntó el hombre.
- Sí, de verdad lo voy a hacer. - respondió el niño
Como pudo, fue uniendo varios palos para alcanzar el mecate. Al terminar puso el mecate en la punta y se lo dio a este pequeño niño. Cuando el niño tuvo el mecate en sus manos, le dijo al hombre que se fuera y regresara al día siguiente a recoger la leña que él iba a cortar. Esto fue lo que hizo el hombre, se fue y el xocoyol comenzó a hacer rayos y relámpagos. El ocote se rompió y enseguida se hizo leña. Cuando el niño terminó todo el trabajo se fue volando hacia el cielo a alcanzar a sus hermanos xocoyoles.
Al día siguiente el hombre llegó al bosque como había acordado con el niño y vio mucha leña amontonada; buscó al xocoyol y no lo encontró por ningún lado, ni siquiera un pequeño rastro de él pudo hallar.
A partir de ese día el hombre comenzó a creer lo que decían sus antepasados.